Hacia dónde vamos




Hace unos once años, el famoso banco de inversión Lehman Brothers se declaraba en quiebra. Meses antes, otras entidades financieras de menor tamaño —aunque también estadounidenses— habían ido a la bancarrota dando por comenzada la famosa crisis financiera que azotó a la mayor parte de los países del primer mundo y que, para algunos, ya ha pasado a la historia. Claro que no todos piensan de igual modo y hay no pocas personas que opinan que la supuesta recesión llegó en 2008 para quedarse y reconvertir el sistema que conocemos (o creemos conocer) en “algo” cuya forma definitiva todavía no está muy clara. Si a esto le sumamos la inestabilidad política generalizada, obtenemos un cocktail que difícilmente podemos entender, comprender y, en muchos casos, soportar.

La cuestión es que todo lo anterior constituye la realidad de la que formamos parte y en la que nos vemos obligados a desenvolvernos, vivir y/o sobrevivir. Con todo, somos el elemento más importante de dicha realidad; somos personas, constituimos la dimensión social de este entramado y estamos intrincados en todos y cada uno de los escenarios posibles y existentes. Sí, somos personas, los recursos humanos y, hasta donde sabemos, todavía hacemos que las cosas sucedan pero también somos peones y, por lo tanto, sujetos pasivos de otros “intereses” (llamémosle así por el momento) que también forman parte esencial de la cadena.

Hacia dónde vamos es una incógnita cuya respuesta sólo se puede especular o suponer. Los últimos dos años (2017 y 2018) y lo que llevamos de 2019, han sido extraños en extremo. El mercado ha sufrido tal cantidad de fluctuaciones que ya no existe un patrón predecible a corto plazo y la tan esperada recuperación no termina de llegar. Ya demasiadas veces hemos escuchado el famoso “a ver si remontamos…” pero nunca se remonta… y siempre buscamos una causa para la consecuencia y la encontramos (elecciones, inestabilidad política, falta de gobierno, independencia, Semana Santa, Carnaval muy cerca de las fiestas navideñas, vuelta al cole…).
Lo que parece cierto, aunque muchos se resistan a reconocerlo, es que la situación anterior a 2008 forma parte ya del lejano pasado y no parece probable que volvamos a una coyuntura similar. No nos queda más remedio que adaptarnos y empezar un nuevo camino dejando atrás las viejas costumbres y acogiendo las nuevas como propias. Aunque para esto es necesario entender la situación y, tal vez, sea imprescindible comprender que el grupo de interés fundamental somos nosotros, las personas.

Tal vez debamos tratar de poner los ladrillos poco a poco empezando por nuestro ámbito más cercano e íntimo, comprender que formamos parte de un sistema que nos crea ciertas necesidades que no podemos evitar aunque sí tenemos la capacidad de filtrar para determinar cuáles son realmente eso, necesidades. Debemos reinventar nuestro modo de vida y establecernos en un nivel de poder adquisitivo relativo en el que dependeremos (aunque esto ya ocurre desde hace años) de métodos de financiación, renting, etc.

El futuro que nos espera es incierto y no debemos bajar la guardia. Debemos adaptarnos a lo que viene, acoger con ganas cualquier tipo de cambio y nunca bajar la guardia. Vivimos en un mundo cambiante que parece hacerse más grande cada día y debemos ver en esos cambios la oportunidad para no caer en el vicio de la queja gratuita. Somos pequeños peces pero tenemos mucho poder en nuestras propias manos, tan sólo tenemos que aprender a canalizarlo. Lo que queda claro es que nos estamos viendo obligados, para bien o para mal, a aceptar como válidas las opciones que hace 30 años eran inviables. En ese sentido, parece haberse producido un retroceso a nivel socio-laboral, de forma que la precariedad es el yugo del que se vale el propio sistema para tener controlado al rebaño.

Paralelamente, no obstante, se hace cada vez más visible la filosofía de la RSC en el ámbito empresarial, alimentando el status más social y con más “likes” de las compañías, que no quieren quedarse fuera de los buenos comentarios. Esto, si se produce de manera real, supone un punto de inflexión para la mejora laboral y, por extensión, familiar de nuestros trabajadores. Toda tendencia debe ser positiva, desde la económica hasta la personal.

Reinventarse sí, pero no a cualquier precio.

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