La Unión Aduanera en el s.XXI
Desde hace siglos, una de
las principales vías de financiación de las naciones ha procedido de los
tributos en materia arancelaria. Por no extendernos en la historia, citaremos a
los romanos o a los musulmanes (probablemente también los sumerios y otros
muchos pueblos cuyas ciudades se levantaban y cuyos ejércitos se mantenían con
recursos humanos y económicos…) como las principales civilizaciones que
hallaron en el arancel —palabra de origen árabe— una fuente prácticamente
inagotable de ingresos, que gravaba directamente el hecho del tránsito de
determinadas mercancías (“Hecho imponible” en lenguaje aduanero) variando
sustancialmente en función del valor de las mismas, su cantidad y otros factores
determinantes. Aquí entran en juego los diversos tipos impositivos, sus ámbitos
de aplicación y un aspecto de especial interés en este artículo: la posible
función protectora de estos aranceles, común en el sistema aduanero mundial
actual.
Si lo observamos desde un
punto de vista objetivo, podemos suponer que el comercio entre diferentes
situaciones geográficas, no necesariamente estados distintos, tendría que abonar
parte de la riqueza neta que genera para que las autoridades permitiesen que se
consumase sin mayor problema. Prácticamente y, a grandes rasgos, esto es lo que
ocurre en la actualidad. Como consecuencia del aperturismo comercial y la cada
vez más recurrente globalización, la libre circulación de mercancías y
servicios se ha convertido en una circunstancia común que afecta de manera
diferente a unos u otros, dependiendo del lado de la barrera en el que se
encuentren. De este modo, las corporaciones multinacionales de largo alcance,
soñarán con una unión aduanera global que les permita aumentar sus
exportaciones sin el lastre arancelario que supondrá inevitablemente un incremento
en los precios una vez hayan entrado en la recta final del mercado. La pequeña
empresa, sin embargo, verá su propia existencia amenazada si no se imponen
determinadas barreras para que el producto extranjero penetre en su territorio
y entre en directa competencia con ella. Cuestión de intereses, por supuesto.
Por citar algún ejemplo,
desde hace algunos años se ha criticado la entrada de los comerciantes chinos
en nuestros territorios. Su asentamiento en los países de nuestro entorno ha
supuesto un verdadero contratiempo para las empresas nacionales, principalmente
las pequeñas y medianas, pues han visto como una feroz competencia tanto en
precios como en horarios, entraba en juego llevándose gran parte de la
facturación. La respuesta inmediata fue la distribución sistemática de
informaciones de dudosa fiabilidad que aseguraban que los chinos no pagaban
impuestos, que eran ilegales, su mercancía era infecciosa, no pagaban salarios
y un largo etcétera. Algo parecido está ocurriendo con la venta online y las
empresas que operan principalmente en Internet; cobran la transacción y nunca
envían la mercancía, envían una mercancía distinta, clonan los números de
tarjeta… es cierto que piratas siempre ha habido y siempre existirán pero cada
vez es más fiable cualquier tipo de venta, sea física o virtual, ya que los
controles a los que son sometidos, no sólo por la administración sino también
por el propio consumidor, son cada vez más exhaustivos. Con la popularización
de las redes sociales, se tardan pocos segundos en publicar opiniones de todo
tipo acerca de cualquier tipo de tema. Ya no interesa la publicidad negativa.
Sin embargo, puede volverse en contra la crítica malintencionada a la
competencia ya que pone en evidencia las carencias para defender correcta y
eficazmente el producto propio.
Las políticas
proteccionistas han favorecido la subida de impuestos a la importación de
determinados productos (los que puedan competir directamente con productos
nacionales), los derechos compensatorios (se aplican a determinados productos
previamente investigados cuyos precios se encuentran por debajo de los de las
mismas mercancías en el mercado interior), los aranceles aplicados en materia
agrícola (buscan favorecer el autoabastecimiento de productos agrícolas,
ganaderos y pesqueros frente a los importados), entre otros. Este es el sistema
imperante en la actualidad.
Pero existe un tercer
implicado en esta maraña de derechos, impuestos, tasas y demás tributos: el
consumidor final. Se trata del peón que se ve directamente afectado por todas
las fluctuaciones y modificaciones del engranaje arancelario. El consumidor
final es amigo de las multinacionales, que son las que pueden ofrecerle los
mejores precios y la mejor distribución logística. Por el contrario, el
servicio postventa suele ser más problemático y, en muchos casos,
extremadamente complicado. En cuanto a las empresas nacionales, principalmente
las medianas y pequeñas, ofrecen mejores servicios postventa, atención más
personalizada aunque se mueven en un rango de precios superior, lo que provoca
cierta reticencia en el consumidor final. Es cuestión de elegir y valorar qué
es lo que más le conviene. Aquí se genera un encendido debate respecto de la
conveniencia del proteccionismo o del aperturismo en el sistema actual.
La Unión Aduanera en los
países de nuestro entorno es una consecuencia directa del modelo de Europa
planteado en el Tratado de Roma. Al mismo tiempo, en pleno siglo XXI, existen
numerosos acuerdos arancelarios entre la UE y terceros países del Primer Mundo,
países en vías de desarrollo o grupos de países determinados que revelan la
existencia —oculta en cierto modo— de una verdadera unión comercial a nivel
global. Es difícil encontrar un país con el que no exista un acuerdo en cuanto
a las importaciones de productos.
A modo de conclusión de
esta breve y superficial incursión por el mundo aduanero, el consumidor final
necesita una unión aduanera global a la altura de las necesidades que el propio
sistema impone, proporcionando la versatilidad necesaria para que puedan
comprar cualquier clase de producto a cualquier parte del mundo sin que la
distancia o la divisa puedan suponer un obstáculo (ojo con las divisas —véase
la imagen de este artículo). El producto es la finalidad y la relación
calidad-precio debe ser uno de los factores a tener en cuenta. Compañías
multinacionales, empresas nacionales o empresas extranjeras, esa es la
disyuntiva para el consumidor final a la hora de elegir. ¿Por qué no todas?
Reitero lo de siempre. El
mundo está evolucionando. Como decía Heráclito: “Todo fluye, nada permanece”
y no debe permanecer.
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