Comunicación Vertical I. Central ¿Vs.? Sedes
Dentro de la estructura
empresarial y siempre en función del tamaño y alcance de la compañía, es común
encontrar la central desde la que se coordina y en la que se concentra la
actividad principal y diversas sedes, generalmente territoriales, cuya
finalidad será la de desarrollar aquellas actividades propias de la matriz que
requieran de una gestión localizada, normalmente por cuestiones estratégicas,
logísticas, etc. Metafóricamente y para entendernos, son auténticas comunidades
autónomas —con o sin recursos propios— con competencias asignadas dentro del
estado que es la empresa, que funcionan de manera independiente pero siempre
bajo la “tutela” de la central. Se trata de una auténtica estructura
equiparable al modelo administrativo no centralizado de cualquier país del
mundo aunque reducido en proporción al tamaño de la organización.
Como en toda gran
estructura, el funcionamiento es complejo y depende totalmente del adecuado
equilibrio entre las sedes y la central, su total coordinación y la
colaboración entre quienes las componen. En definitiva, es necesario que la
relación entre las partes interesadas esté bien engrasada para que el engranaje
no se agarrote. En otros artículos se mencionaba lo conocido como engagement,
que se refiere directamente a la comunicación entre los grupos de interés que
forman parte de la gran comunidad que puede llegar a ser la empresa. Su
importancia trasciende el funcionamiento de la empresa socialmente responsable
y afecta directamente al funcionamiento de la propia compañía como tal.
LA COMUNICACIÓN VERTICAL
La comunicación vertical
es la predominante entre sedes y matriz aunque generalmente entendemos por esta
la que se produce entre cargos (personas) de la empresa. En este caso nos
referimos a entes (departamentos) cuyo funcionamiento depende de las personas
que los dirigen y las que físicamente desarrollan la actividad de la compañía. La
correcta gestión de la comunicación vertical es de vital importancia para que
las relaciones entre sedes sean fluidas, positivas y constructivas y para ello
debe producirse en ambos sentidos (ascendente y descendente), debiendo todos
los interlocutores trabajar para alimentar dicha relación. No será, sin
embargo, tarea sencilla dada la sensibilidad de la distribución de
competencias. La cuestión es dónde se establece el límite máximo de autonomía
de la sede que sea tolerable por parte de la central. ¿Nos atendremos en todo
caso a las “imposiciones” de las centrales o debemos —en el sentido más
estricto de lo que el deber significa— aportar nuestra visión de las cosas y
apostar por ella, avalados por la ventaja que nos ofrece jugar sobre el
terreno? ¿Dónde se encuentra el equilibrio lógico para que esto pueda suceder
en la medida exacta que permita que las actividades de la empresa no sólo no se
vean afectadas, sino que resulten beneficiadas?
Esta disyuntiva se
disuelve rápidamente en función de la calidad de la comunicación vertical. Si
se manifiesta únicamente en sentido descendente, no existe oportunidad alguna
para la sede de gestionar o planificar estratégicamente el modo de actuación.
Es imposible adoptar medidas puntuales adaptadas a la situación circunstancial
de cada momento, debiendo pasar una serie de consultas, solicitudes,
autorizaciones que no harán sino entorpecer la gestión condenándola, en muchos
casos, al fracaso. La consecuencia es que puede derivar en una relación
deficiente, la desaparición del sentimiento de unidad, la reticencia a la
propia comunicación por parte de la sede territorial, etc. En definitiva, es
posible que una actitud impositiva/restrictiva por parte de las centrales
provoque un clima de crispación en el que los trabajadores de la sede no vean a
la empresa como propia pudiendo incluso llegar a ver a la matriz no como a un
aliado sino como un auténtico enemigo, lo que afecta directamente a la
productividad de la delegación y, por extensión, de la propia compañía.
LA COMUNICACIÓN VERTICAL
EN AMBOS SENTIDOS
El engranaje funciona
correctamente cuando la comunicación vertical se produce en ambos sentidos
(descendente y ascendente). Lógicamente, la central ha de marcar las pautas del
camino que debe seguir la compañía en atención a los objetivos pero no de
manera inamovible. La capacidad de decisión de la sede es una de las piezas
clave para que las actividades desarrolladas a nivel territorial produzcan los
resultados esperados, siempre sujeta a la fiscalización por parte de la sede
principal. Esto es fundamental para conservar la unidad empresarial; de otra
forma, hablaríamos de organizaciones distintas, independientes y con sus
destinos inevitablemente separados.
Al respecto de la
comunicación vertical descendente, puede tener consecuencias “destructivas”
para el sentimiento del personal integrante de las sedes territoriales una
incorrecta interpretación de las directrices marcadas y en este punto entramos
en un terreno verdaderamente complejo. No será fácil para las centrales hacer
entender determinadas decisiones, por lo que será necesario (siempre a través
de un interlocutor válido):
·
Canalizar
y filtrar la información de modo que llegue a su destino de manera comprensible.
·
Transmitir
la voluntad de la empresa tratando siempre de explicar el motivo de la acción
de forma que pueda entenderse como necesaria y beneficiosa.
·
Establecer
las prioridades y relegar a un segundo plano aquello que “puede esperar” (es
este un punto verdaderamente crítico).
El papel del interlocutor (del que se hablará en
otro artículo por no extendernos demasiado) será determinante para que la
relación entre central y sedes territoriales fluya de manera correcta. No será
un camino fácil, sino todo lo contrario.
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